MI LIBRO FAVORITO
Me piden que cuente cuál es mi libro favorito... algo totalmente imposible para una lectora voraz, desordenada y salvaje como yo. Muchas veces, de acuerdo al momento o etapa de nuestras vidas, algunos libros se tornan más importantes que otros y nos van dejando sus huellas indelebles en la piel, en los huesos...
Desde niña he sido una gran lectora gracias al impulso de una madre que no dudaba en acercarle a sus hijos los mejores libros que tuviera o pudiera conseguir. De aquella época recuerdo los clásicos juveniles: Luisa M. Alcott, Julio Verne, Emilio Salgari, Enid Blyton, las hermanas Brontë, Du Murier, José de Vasconcelos y tantos otros. De allí a los clásicos de todos los tiempos hubo un paso: Oscar Wilde, Shakespeare, Cervantes, Chesterton, Poe, Chejov, Maupassant, Bernard Shaw, Homero y Cervantes con su enjuto Don Quijote a quien cada vez creo más cuerdo en un mundo desvencijado, a quien admiro cada vez más en la lucha por sus ideales en medios adversos, incrédulos, sin valores. Libro que muestra la dualidad del hombre, la decisión de vivir los sueños a cualquier edad y contra toda burla mundana. También fui pasando desordenadamente del dolor de Dostoiesvski al realismo de Balzac y su Comedia Humana, Flaubert y Zola para encontrarme mucho después con la angustia de Sábato y Roberto Arlt; las Ficciones de Borges y el Boom Latinoamericano: García Márquez, Rulfo, Carpentier. Me desestructuré con Cortázar y descansé en la nueva novela histórica y la narrativa femenina.
Desde adolescente copiaba poemas que no siempre entendía en una carpeta con hojas Rivadavia que todavía conservo... Así descubrí, me maravillé, sufrí y me emocioné con poetas como Neruda, Vallejo, Octavio Paz, José Ángel Buesa, Borges y sus laberintos, Nicanor Parra, Huidobro... Juan Ramón Jiménez, Machado, Dámaso Alonso y los poetas de la posguerra española. Más tarde Roque Dalton, Juarroz, Gelman, Castilla, Alfonsina Storni, Olga Orozco, Alejandra Pizarnik y... la lista se haría interminable.
Desde niña he sido una gran lectora gracias al impulso de una madre que no dudaba en acercarle a sus hijos los mejores libros que tuviera o pudiera conseguir. De aquella época recuerdo los clásicos juveniles: Luisa M. Alcott, Julio Verne, Emilio Salgari, Enid Blyton, las hermanas Brontë, Du Murier, José de Vasconcelos y tantos otros. De allí a los clásicos de todos los tiempos hubo un paso: Oscar Wilde, Shakespeare, Cervantes, Chesterton, Poe, Chejov, Maupassant, Bernard Shaw, Homero y Cervantes con su enjuto Don Quijote a quien cada vez creo más cuerdo en un mundo desvencijado, a quien admiro cada vez más en la lucha por sus ideales en medios adversos, incrédulos, sin valores. Libro que muestra la dualidad del hombre, la decisión de vivir los sueños a cualquier edad y contra toda burla mundana. También fui pasando desordenadamente del dolor de Dostoiesvski al realismo de Balzac y su Comedia Humana, Flaubert y Zola para encontrarme mucho después con la angustia de Sábato y Roberto Arlt; las Ficciones de Borges y el Boom Latinoamericano: García Márquez, Rulfo, Carpentier. Me desestructuré con Cortázar y descansé en la nueva novela histórica y la narrativa femenina.
Como madre y docente devoré, durante mucho tiempo, los libros de Jaime Barylko, sobre todo “La sabiduría de la vida” que es un libro para leer y subrayar que expresa cómo hacer para vivir en medio del vacío actual, cómo encontrarle ese “sabor” a la vida. No es un libro de autoayuda. Es un texto para pensar ya que actualiza – con sencillez y de un modo particular- a grandes pensadores de todos los tiempos (Heráclito, Sócrates, Ovidio, Teresa de Jesús, Shakespeare, Dostoievski, Ortega, Heidegger, Buber, Borges, Fromm, Foucault, Eco y muchos otros).
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