miércoles, 1 de abril de 2020

¿POR QUÉ LEER LA POESÍA DE OLGA OROZCO? HOMENAJE A LOS CIEN AÑOS DE SU NACIMIENTO


La poesía de Olga Orozco encuentra nuevos lectores - LA NACION

Porque leer su poesía es bucear en las profundidades del ser humano y su circunstancia. Su obra poética es profunda, sensible. Es una poesía de indagación, existencial, de una permanente exploración de la realidad. 


Hay en su poesía una tensión dinámica entre la realidad y el misterio personal, tema propio del surrealismo que implica una búsqueda, una aventura interior que intenta descubrir los misterios de la condición humana.
Leer a Orozco para recordar la infancia porque en su primer libro Desde lejos (1946) está su lejana infancia vívida y presente. Por sus versos desfilan el paisaje arenoso de su pueblo natal, la soledad, los asombros infantiles y su casa familiar.  Su primer libro se abre con el poema Lejos, desde mi colina que comienza así:
A veces sólo era un llamado de arena en las ventanas, / una hierba que de pronto temblaba en la pradera quieta, / un cuerpo transparente que cruzaba los muros con blandura / dejándome en los ojos un resplandor pesado, / o un ruido de una piedra recorriendo la indecible tiniebla de la medianoche; / a veces, sólo el viento…
Leer a Orozco y reconocer los asombros infantiles, los miedos, los presagios, los sueños, la adivinación, los juegos y la muerte. La obsesión por la muerte es un tema siempre presente en la poética de Orozco. Siendo muy pequeña fallecieron dos de sus hermanos. Ella lo presintió. Cuando tenía solo un año y medio ella misma estuvo al borde de la muerte y sobrevivió gracias a una curandera, según cuenta.


Leer a Orozco es acercarse a la astrología, la alquimia, el Tarot, Dios. Olga, además de escritora fue periodista, editora de la sección de horóscopos en el diario y tarotista. Por muchos años tiró las cartas hasta que ellas le mostraron la muerte de un amigo y decidió dejarlas. En su libro Los juegos peligrosos aparecen estos temas. En “Desdoblamiento en máscara de todos” – último poema de ese libro – dice: “Cualquier hombre es la versión en sombras de un Gran Rey herido en su costado. / Despierto en cada sueño con el sueño con que Alguien sueña el mundo. / Es víspera de Dios. / Está uniendo en nosotros sus pedazos”. Creía en Dios, pero no en el Dios de las estampitas y los altares. Creía en las energías del bien y del mal. La luz y las sombras. La dualidad.

Leer a Orozco es encontrarnos con versos cercanos al estilo salmódico, que no está apresada en ninguna métrica ni medida. Es descubrir metáforas que celebran y a la vez lamentan la “increíble existencia” llena de antinomias y paradojas. En su poética el ser humano camina entre el orden y el caos, se contradice, es descreído o se aferra a la fe, construye y naufraga, es inmenso y pequeño, huérfano pero esperanzado porque, para ella, “en el fondo de todo hay un jardín.”
Leer a Orozco es adentrarse en una poesía profundamente humana, casi mítica, que trasciende a su autora. Poesía metafísica que busca decir lo inexpresable y para ello requiere un lenguaje laberíntico donde su tropo preferido es el oxímoron.

Olga Orozco, el recuerdo y un tributo | En el cente... | Página12

Leemos a Olga y la imaginamos con sus ojos claros tecleando poemas desde temprano: “Escribo por la mañana y a máquina. A veces, con la máquina sobre las rodillas, como si domara un potro”. Poemas paridos con el dolor de “un país abismado con el mundo bajo las altas sombras de mi frente” donde “la soledad, las ruinas y el silencio eran siempre los mismos.”
Leer a Orozco para creer en el amor porque lo vivió intensamente junto al arquitecto Valerio Peluffo, el amor de su vida. Cuando su marido falleció, en 1990, le dedicó un largo poema titulado En la brisa, un momento. He aquí un fragmento:
“Y me pregunto ahora cómo hacer para mirar de nuevo una torcaza, / para volver a ver una bahía, una columna, el fuego, el humo de la sopa / sin que tus ojos me aseguren la consistencia de su aparición, / sin que tu mano me confirme la mía… / …Ah, si pudiera encontrar en las paredes blancas de la hora más cruel / esa larga fisura por donde te fuiste, / ese tajo que atravesó el pasado y cortó el porvenir, / acaso nos veríamos más desnudos que nunca, como después de nunca, / como después del paraíso que perdimos, / y hasta quizás podríamos nombrarnos con los últimos nombres, / esos que solamente Dios conoce, / y descubrir los pliegues ignorados de nuestra propia historia / cubriendo las respuestas que callamos, / incrustadas tal vez como piedras preciosas en el fondo del alma”.
Para Orozco “la poesía se alza a través de los siglos como un acto de fe, como una crítica de la vida, un cuestionamiento de la realidad, una respuesta frente a la carencia del hombre en el mundo, una tentativa para aunar las fuerzas que se oponen en este universo regido por la distancia y por el tiempo, un intento supremo de verdad y rescate en la perduración.”[1]

Leer a Olga Orozco es transitar por los claroscuros de la propia existencia. Hay que leerla despacio, en silencio profundo, desde la oscuridad y desde “ese otro sol”, opuestos que se dan entidad mutuamente. Y así es la existencia humana, vaivén entre esas polaridades. Orozco poetiza ese oscilante equilibrio. Intensa poesía pendular que nos interpela y subyuga en cada verso.

Para conocer un poco más a Olga. Algunos datos biográficos:
En 1920 nació en Toay, La Pampa, Olga Nilda Gugliotta Orozco quien decidió firmar su obra poética solo con el apellido materno. El 17 de marzo hubiera cumplido 100 años. En su adolescencia se trasladó a Buenos Aires, donde estudió en la Facultad de Filosofía y Letras y desarrolló su labor poética.

 Del Toay de su infancia dice en una entrevista[2]: “es no tener, como la gente de la ciudad, la pared contra la nariz. Es contar con la eternidad. Se puede seguir la aventura de la lagartija, la aventura de las escapadas a la hora de la siesta, la aventura de subir a un árbol lleno de fruta verde”. Pero en Toay están también sus temores nocturnos, los terrores del campo: “la lechuza. La noche interminable. La leyenda del monte que se traga a la gente. El pájaro negro que se queda con las almas…” Ella se describe como una niña “sumisa por fuera, rebelde por dentro. Melancólica, tímida, escondida en los rincones”. Empezó a escribir para encontrar respuesta a los misterios que la rondaban.

Comenzó a publicar poemas a los dieciocho años en Péñola, la revista de los estudiantes de Filosofía y Letras, y en Canto. Un día, le dieron a leer poemas de unos jóvenes al gran poeta español que estaba en Argentina, Rafael Alberti. Al rato Alberti anunció: "Los poetas verdaderos son estos dos". Uno de los dos era Olga Orozco. Su destino poético empezaba a gestarse. Allí estaba el editor de Losada quien le dijo que le publicaría su primer libro. Y así fue. En 1946 apareció Desde Lejos.[3] Los críticos la consideraron integrante del grupo surrealista Tercera Vanguardia y de la generación del 40. Su obra poética tiene influencias de Rimbaud, Nerval y Baudelaire a quienes leía asiduamente.
Recibió muchos premios entre los que se destacan: Primer Premio Municipal de Poesía, Gran Premio del Fondo Nacional de las Arte, Primer Premio de Poesía Fundación Fortabat, Primer Premio Nacional de Poesía, Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. También obtuvo el Premio Gabriela Mistral otorgado por la OEA y el Premio Juan Rulfo en México. Murió de un problema cardiovascular en agosto de 1999.





[1] En “Alrededor de la creación poética” ensayo breve publicado por primera vez en el número 14 de la Revista de Poesía Último Reino (1985) y que editorial Hidalgo rescata en su Poesía Completa (2012).
[3] Luego escribiría Las muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), Museo salvaje (1974), Veintinueve poemas (1975), Cantos a Berenice (1977), Mutaciones de la realidad (1979), La noche a la deriva (1983), Antología poética (1985), Con esta boca, en este mundo (1994) y Eclipses y fulgores (1998), En el revés del cielo y Últimos poemas que fueron publicados luego de su muerte en 1999.


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