Y
las palabras, en La vida de los días de
María Belén Alemán recorren los espacios de la escritura formando versos atentos
al acontecer de las cosas; con el tiempo que transcurre por la vida, llevándose
las horas, entre dolores, afectos, ilusiones, triunfos, desengaños, fracasos;
entre destellos que se encienden y otros que van apagándose. Subir a la cima y
en la sima no doblegarse frente al universo. El texto se abre con un llamado
inclusivo, de paz, en busca de vías hacia una nueva espiritualidad.
La
poesía avanza transparente, clara, desplegando un pensamiento sensato que
cavila un tanto inquieto ante la realidad del “yo” que asume la voz. La autora
no es sumisa en el decir ni en reflejar escenas del mundo presente; dispone de
un candor particular, con cierta desazón, pero sin acceder a un lenguaje
ceremonioso, más bien, con predisposición narrativa por momentos.
Lo
cotidiano se vuelve poemas que unen al hombre con su realidad y la sociedad a
la que pertenece. Desde esta cotidianeidad que fluctúa entre su llaneza y algunas
refulgencias metafóricas, el “yo” lírico convoca a observar la realidad que se
habita; a dirimir sobre los errores, sobre las mudanzas del tiempo y los
cambios culturales, sobre la incidencia de la tecnología en el desarrollo
“normal” de los afectos.
Hay en la poeta, aflicción en su mirada puesta,
entre otros motivos, en los comportamientos de la cibernética que no dan tregua
y avanzan desmesurados; un trasfondo de preocupación por la pérdida del
lenguaje real de los cuerpos, abarcados por la maquinaria tecnológica. Su
discurso conduce a tratar de restablecer el lenguaje de los roces y evitar el
rompimiento de las cercanías, trastocadas por el uso desproporcionado de las
redes: mirarse en el espejo de lo real y no en el que ofrece un orden virtual.
Los
epígrafes anticipan esta desarmonización con el mundo; algo así como cierta
descolocación del sujeto al decir del poeta Máximo Simpson que acompasa el
ritmo que llega con la entrega honda y espiritual de la palabra, rescatada de
los versos del poeta salteño Jacobo Regen: congeniar con las palabras para que
el mundo que irrita, no derrumbe la esencia de la vida y la belleza de la
poesía.
El
poemario está organizado en dos momentos: “Fuego y Esparto” y “Soles y
relámpagos”. En el primero, el “esparto” es un modo de resistir por la poesía y
por la memoria, capaz de hacer presencia de lo ausente, aún la invención que
con ella se suscite es lo que permite el reencuentro del sujeto consigo mismo y
construirse ante un espacio singular, deshumanizado, dividido, por lo que la
voz poética convoca a la acción, al hacer por la integración del hombre. Hacer
para el futuro y no entumecerse; no perder la sensibilidad frente al mundo,
tomando del pasado los principios de la espiritualidad devenida convivencia
cotidiana del sujeto; detenerse en el conocimiento de uno mismo y “desvestirse
de historias ajenas”.
Se
construye un “yo” instalado en el presente, decidido a ser, aunque la “Piedrita
en el zapato” deje su huella de dolor hincando en la memoria. Continuar “el
vuelo” a pesar de la existencia; aunque se “desafine” y prevalezca el
desencanto ante a la sordera del mundo devenida vaciedad. Frente a todo,
redimir y redimirse: “Te digo País/ te digo/ con lo que me dueles/ con lo que
me matas”.
En
la segunda parte “Soles y relámpagos”, con epígrafe de la poeta salteña Teresa
Leonardi Herrán, la mujer habita desafiante y aunque el “yo” lírico permanezca
descorazonado, busca la palabra que sostenga el equilibrio, para “Galopar la
tristeza en soledad” como anuncia el título de un poema.
En
este apartado, la búsqueda continúa en la indagación de uno mismo, y el amor, un
sentimiento necesario en la vida: los encuentros amorosos, los deseos de amor
como esencia ineludible, representado en esa “tu mano amansando mi espalda / un
ronroneo sediento/ una redención de asperezas”. Ser a través de los recorridos
del amor; desenmascarar los sentimientos y dejarse ser, aunque la muerte llegue
demasiado pronto y se equivoque como en el “Poema carta” a la amiga que marchó
en un viaje sin regreso. O aquel amor del tiempo de la infancia solo presencia
en la memoria que permanece y vuelve con el “olor de las tostadas” y el
recuerdo deseante de “los libros que no se leyeron”.
María
Belén Alemán apela a una poesía que busca salirse de lo solemne, en su intento,
tal vez, de pretender llegar a todos los lectores, sin extremos artificios, sin
malabarismos formales, aunque experimentando con ciertas figuras dislocadas
entre sus versos, mediante una rima libre que alcanza el ritmo y representa
trozos de la vida cotidiana, la “vida de todos los días” en la “hilera diaria
del tiempo”, mientras el “yo” lírico hace un “balance”, y desdoblándose, por
momentos, en un “tu”, interpreta la
realidad como un acróbata en busca de equilibrio, sostenido en la esperanza: “
Si de vez en cuando algún color surca tu cielo… / y tu aliento huele a incertidumbre
/ …es que aún hay vida en tus días”.
Una
poesía mesurada, sin gesticulaciones formales, apelando a una estética del
“reconocimiento”, según denomina Delfina Muschietti, que construye un “yo”
atento y sensible a las cosas que el mundo le va revelando en la diaria
experiencia de vivir.
Liliana
Massara.
¡Qué lindo! ¿Cómo hago para conseguir sus libros?
ResponderEliminarHola, Jorge, gracias por tu interés. Cuál es tu lugar de residencia? El libro está en Bs. As. y Salta. Ahora con la cuarentena está complicado. Esperemos que todo tenga una buena resolución y nos conectamos. Un saludo cordial!
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