Literatura salteña: Comentario sobre “El
mar de las libélulas” de la escritora María Belén Alemán, por Raquel Espinosa
27 de septiembre, 2022 - Artículo publicado en el Diario Digital Cuarto, Salta, Argentina
María Belén Alemán nació en CABA pero reside en Salta desde los 13 años. Ese trozo de historia personal explica en parte este nuevo libro en donde la esperanza y el dolor atraviesan todos los cuentos del volumen. (Raquel Espinosa)
La autora de este libro agrupa su producción en dos
partes: “I Los mares del ayer/la esperanza” y “II Los mares de hoy/el dolor”.
Esperanza y dolor, sin embargo, están presentes en todos los cuentos del
volumen. Así, por ejemplo el texto “Desde lo profundo sopla el viento” expone
la historia de Genaro, un joven de veinte años que viaja desde Massignano, su
pueblo, a Génova y de allí a Buenos Aires y Misiones, donde sus huellas
desaparecen y no hay más noticias sobre él. La duda que lo atormentara al
principio del relato: “Dejar todo. Dejar a todos” se cumple finalmente. La incertidumbre
se instala en el relato. Sin cartas no hay historias para compartir con la
familia ni con otros destinatarios. ¿Qué será de Genaro? El hijo, el novio, el
amigo, el vecino del pueblo que no da señales de vida. El personaje, que había
partido de un pueblito ubicado en la cima de una colina, a cinco kilómetros de
la costa del Mar Adriático, desaparece de escena y su trayectoria deberá
reconstruirse en relación a esos otros personajes que deja al partir y a los
que el narrador vuelve para interrogarlos. Los lectores podrán, como es de
esperar, dar algunas posibles respuestas.
Como el libro gira en torno de los migrantes,
personas que por distintos motivos viajan atravesando diferentes rutas los
símbolos de esas travesías: barcos, anclas, puertos, trenes, estaciones,
hoteles, campamentos a cielo abierto y caminos se multiplican y van
reconstruyendo los avatares de la propia existencia humana. El libro deja
entonces de ser sólo un compendio de historias individuales para resumir una
historia colectiva donde sólo cambian los personajes y sus circunstancias.
Los peregrinos deambulan por distintas geografías;
también por distintos tiempos que se acumulan en la memoria y se van
desplegando cuando despiertan los recuerdos, propios o ajenos. En todos los
casos, las narraciones surgen del deseo: deseo de conocer, de rescatar el
pasado y los ancestros y deseo de comunicar luego lo que se ha descubierto, de
compartirlo. Deseo que en su frenética expansión confluye con la necesidad de
encontrar la forma para contarlo. Cito en este caso un fragmento de “Mi querido
irlandés»:
“Revuelvo papeles, información que encontré en
internet, en un libro que compré por correo, recupero mensajes de mis primas,
reviso fotos…” (pág. 61).
El proceso de escritura emerge así ficcionalizado
para entrelazar lo imaginado con lo real. Y, confundidas en esta instancia, la
autora con la narradora-protagonista, dan cumplimiento al mandato de toda
escritura literaria: exorcizar nuestros propios demonios:
“Exorcizo el pasado lejano y destierro tu hambre
silenciada para descubrirte entre nosotros. Pinceladas de tu historia, querido
bisabuelo, un intento de devolverte la voz olvidada con los años. Es que las
historias de los que se fueron se cuentan así, por fragmentos” (pág. 65). Fuera
de la ficción nosotros, escritores y lectores, contamos también por fragmentos
nuestra propia historia, la historia de los que aún permanecemos. Todo se
construye por fragmentos. Porque una vida remite a otra y toda escritura es
heredera del pasado y se conecta con el futuro.
En la historia de la literatura argentina, los
inmigrantes o emigrantes han sido protagonistas tanto en la narrativa como en
el teatro; lo mismo sucede con varios poemas o canciones dedicados a quienes
dejan su lugar de origen voluntariamente u obligados por las circunstancias.
María Belén Alemán es consciente de esa tradición pues antes de escribir ha
leído muchas de las obras ya clásicas sobre el tema y otras nuevas que se van
sumando a este corpus. Y porque la lectura y la escritura conforman un movimiento
de reactivación recíproca, pudo la autora de El mar de las libélulas pasar de
la lectura amorosa en la que se inspiró a la escritura productora de nuevos
textos. Tal como algunos de sus personajes, que dejan atrás las penas para
apostar por la esperanza de una vida mejor, la autora, fascinada por la
esperanza de escribir, asume el Deseo y se instala en él. A través de sus
cuentos y relatos aporta una mirada nueva para que el placer se siga
compartiendo entre escritor y lector.
Esa vocación de escribir se construye desde el
deseo y desde la necesidad de acción. Una idea, un concepto o una imagen que
impresionó a la autora la llevaron seguramente a escribir la primera frase de
los relatos reunidos en este libro. La disciplina en el trabajo ayudó a darle
forma, establecer sentidos y construir cada final. Pero ese largo trabajo sigue
siendo atravesado por el deseo que nunca deja en paz a ningún escritor
comprometido con el tiempo y el espacio en el que le tocó vivir. Es el deseo de
transformar la realidad que no termina de convencer porque duele, porque
expulsa, porque reparte en forma desigual, porque está cambiando
permanentemente. En fin, los motivos pueden ser muchos pero el deseo de
transformar la realidad para mejorarla, para hacerla más justa, más aceptable
es lo que percibo yo en este libro.
Aunque varias historias son tristes o
verdaderamente trágicas sobrevuela en esta obra una sensación de optimismo que
convoca a seguir con la lucha cotidiana. La decisión de escribir es la de
construir otro mundo posible, con la certeza de que realmente así será. Tal es
el planteo de “La casa más grande” en la segunda parte del libro. Aquí, desde
la mirada de un niño y encarnando en él los sentimientos de empatía y
solidaridad, se sintetiza la esperanza de un mundo donde todos tengan su lugar,
todos “adentro de la casa”.
Los padres dejan a su hijo al cuidado de Ludmila
para asistir a los cada vez más numerosos refugiados que llegan a la localidad
y que conforman una larga cadena de gente sin casa, ni abrigo, ni comida. Sin
destino. Cuando el niño descubre esa realidad que los padres guardaban en
secreto se queda profundamente conmovido y empieza a imaginar una posible
solución. Empieza entonces a pintar: “Una casa grande para que todos los niños
que había visto en las calles pudieran dormir sin frío…”
El pequeño pintor proyecta y dibuja el plano de una
vivienda con muchos cuartos, puertas y ventanas y los empieza a pintar:
“Mientras los ladrillos pintados se secaban, estiré bien mi dibujo sobre el
piso, lo miré una y otra vez para no equivocarme y comencé a levantar las
paredes de la casa más grande que jamás había construido solito”.
La imaginación le ayuda al niño a ordenar las ideas
y los sentimientos que le abrieron los ojos a una realidad que lo deslumbra con
su crudeza. El arte lo salva de caer en el vacío. La narradora, a su vez,
reproduce, a través de su relato, ese modo de obrar del niño; utiliza las
palabras para recuperar la realidad y ordenarla, según su parecer. Gestiona
posibles soluciones. Por eso crea personajes que eligen el voluntariado como
una posibilidad de cambio. Para ponerlo en palabras de la propia autora: “Los
cuentos y relatos de este libro surgen desde lo profundo, para hacerse viento
en el alma, libélulas en el mar”.
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